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Quienes dieron su vida por la Patria lo hicieron por millones de compatriotas, contemporáneos y venideros, demostrando una valentía suprema y un amor inconmensurable.
La guerra es uno de los males más
antiguos e inexplicables de la historia de la humanidad. Nacida de la ambición
y soberbia del hombre, no conlleva en sí misma ni el más mínimo factor
positivo, y por el contrario sigue costando, aún en nuestros tiempos, millones
y millones de vidas y de recursos que podrían destinarse al progreso de los
pueblos, a la disminución de la pobreza y al bienestar social.
Afortunadamente, la historia de nuestro
país no es abundante en conflictos bélicos, más allá de las batallas por la
Independencia y de la triste experiencia, en tiempos recientes, de la guerra de
las islas del Atlántico Sur. Las miles de víctimas que han dejado estos
enfrentamientos quedan quizás representadas en el Sargento Juan Bautista
Cabral, quien dio su vida heroicamente por defender al General José de San
Martín en la Batalla de San Lorenzo (1813).
El Sargento Cabral fue uno de los
tantos hombres y mujeres que murieron luchando por la grandeza de nuestra
Nación, comenzando por los miles de soldados desconocidos que combatieron en
las guerras para lograr nuestra Independencia, empuñando las armas con gran
valor en las filas patrióticas junto a líderes como Manuel Belgrano y el propio
San Martín. Y también los miles de jóvenes que debieron ir a luchar en
desigualdad a las islas Malvinas, de manera injusta y por una decisión
absolutamente irracional.
El sacrificio de todos estos mártires
tiene un enorme valor para todos los argentinos, sin importar el resultado de
las batallas en las que participaron. En este día los recordamos y les
agradecemos también a todos los hombres y mujeres civiles que, desde los
primeros tiempos de nuestro sueño como Nación, fallecieron cumpliendo el deber
de defender a la Patria (por ejemplo, durante las invasiones inglesas de
principios del siglo XIX).
Porque defender a la Patria es actuar
con heroísmo, con valentía y generosidad supremas. Es ofrecer la propia vida a
las generaciones futuras, buscando que los argentinos vivan y sueñen con un
país justo, libre y soberano. Así se manifiesta claramente en las sentidas palabras que el
General Lucio Mansilla dirigió a sus tropas antes del combate de Vuelta de
Obligado (el 20 de noviembre de 1845), cuando la poderosa armada anglo-francesa
se internó en el Río Paraná: “No dejemos que
insulten a nuestra Patria, y muramos todos antes de ver bajar el pabellón azul
y blanco de donde flamea”.
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